viernes, 22 de febrero de 2013

Respuesta al artículo de Alberto Garzón: "Twitter, o el infierno de la posmodernidad"



Gracias a mi buen amigo Pablo Moreno Aragón, he descubierto un artículo de Alberto Garzón escrito en 2011: “Twitter, o elinfierno de la posmodernidad”. Voy a intentar organizar esta crítica en cuatro apartados: qué es la posmodernidad, invirtiendo a Marx, crítica comunitarista y regreso al pasado, y conclusión.

Qué es la posmodernidad

Podría decirse que el bueno de Alberto no reconocería la posmodernidad aunque se le acercase de frente y ésta le pegase en la cabeza con La Sociedad Sitiada de Zygmunt Bauman. La mejor prueba de ello es que no alcanza a entender la diferencia entre “posmodernidad” y “posmodernismo”: la primera se refiere a un determinado estadio sociopolítico y cultural; el segundo, a una apología del mismo. Para que os hagáis una idea la diferencia entre lo posmoderno y lo posmodernista es análoga a la existente entre lo catalán y lo catalanista.
 
Dejando de lado estas sutiles –pero fundamentales– precisiones etimológicas, vamos de lleno al asunto que nos ocupa. Alberto no para de manosear la posmodernidad y de darle vueltas al término  , pero se lía y acaba mezclándolo y confundiéndolo con capitalismo de consumo, neoliberalismo, cientificismo y qué sé yo cuántas cosas más, pero… ¿qué es eso de la posmodernidad?

Dicho de una forma MUY resumida, se podría decir que la posmodernidad es la hija del nihilismo. Para entender esto hay que remontarse a Kant y a su obra, y más concretamente, la Crítica de la Razón Pura y la Crítica de la Razón Práctica. En la primera de sus críticas, Kant habla de las categorías de pensamiento (“los objetos se corresponden con conceptos y no los conceptos con los objetos”, no hace falta ser un lince de que es el paso previo a la afirmación platónico-estalinista de “si la teoría y la praxis no coinciden, mucho peor para la praxis), y propone someter al escrutinio de la razón todo nuestro conocimiento y toda nuestra experiencia…lo que inevitablemente al autocuestionamiento de la razón misma, como bien apuntó Hamann en su día. Cuando se combina esto con la Crítica de la Razón Práctica –en la que trata de llevar su racionalismo al plano de la ética, formulando su infame imperativo categórico–, quedan bastante claras las consecuencias últimas de la filosofía kantiana: nuestra capacidad para entender el mundo es cuestionable, como también lo son nuestras prácticas sociales, nuestras inclinaciones políticas, y, sobre todo, nuestros valores.
 
Desde el idealismo alemán hubo varios intentos de reconciliación (e. g. la también infame dialéctica hegeliana). Pero el proceso ya estaba en marcha, y era mera cuestión de tiempo que calase el mensaje. Los maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche y Freud) sentaron las bases para este cuestionamiento de los mismos cimientos de la civilización occidental, y los pensadores posestructuralistas y posmodernos de la segunda mitad del siglo XX le dieron el toque de gracia a nivel intelectual. La filosofía continental es un permanente auto-cuestionamiento.

La gran pregunta es cómo encaja todo esto con la sociedad actual en términos materiales. Una de las claves fueron la Primera y Segunda Guerra Mundial,  que fueron la consecuencia material directa de (1) tratar de someter la realidad a categorías de pensamiento y (2) de algo sobre lo que Alberto se muestra extraordinariamente nostálgico: los procesos de “identificación” y sumisión del individuo a una comunidad o a una idea. La segunda clave es –irónicamente– el desarrollo del Estado de Bienestar: el crecimiento del Estado y su intrusión en todos los ámbitos de la vida del ciudadano tuvo como consecuencia directa la pérdida de importancia de vínculos previamente existente (e. g. vecinales, familiares y parroquiales), iniciándose así el primer proceso de atomización de la ciudadanía. Este proceso vendría a ser completado por los mismos estudiantes de Mayo del 68, a los que Garzón parece admirar, en connivencia con Reagan y Thatcher.

Siguiendo lo expuesto por Benedict Anderson en Imagined Communities sobre el desarrollo paralelo de la imprenta y las lenguas vernáculas por la necesidad de crear nuevos mercados una vez impresos los libros en latín, el último tercio del siglo XX vio como una vez cubiertas todas las necesidades básicas por el Estado de Bienestar, era necesario crear nuevos deseos para mantener niveles de consumos deseables tanto para las empresas, como para los estados (a mayor consumo, mayores ingresos por impuestos y mayores posibilidades de mantener el Estado de Bienestar, que a su vez garantiza un nivel de vida mínimo para reproducir el ciclo de consumo). Fueron los estudiantes de Mayo del 68 los que expresaron por primera vez que estaban cansados del proyecto moderno y de la estandarización: “Pensar juntos, no. Empujar juntos, sí”. Reagan y Thatcher se limitaron únicamente a proporcionarles los medios para que todos fuesen “únicos” a un módico precio: cursos de autorrealización, saca tu verdadero yo, y demás perversiones capitalistas de la obra del pobre Wilhelm Reich.
 
El desarrollo tecnológico permitió que los mecanismos de producción se adaptasen a esa nueva demanda, y cada día va a más. En eso sí tiene razón Alberto. Aquí es donde las prácticas sociales confluyen con la teoría en un proceso que inevitablemente lleva al abandono del proyecto moderno. Sin embargo, Alberto no termina de ver la diferencia entre la posmodernidad y la sociedad de consumo, que es una de sus causas, y no de sus consecuencias.

La posmodernidad es hija de un nihilismo y la superación de las metanarrativas. En la sociedad capitalista actual se trata de superar el vacío existencial y la angustia que genera –o más bien de huir de ellos–  mediante un consumo desenfrenado. Sin embargo, esto no es más que el síntoma de una patología, y no una patología en sí misma como parece pensar Garzón.  Y Twitter y Facebook son sólo su equivalente a nivel comunicativo: reflejan la necesidad de ser escuchados y ser comprendidos como sujeto de carne y hueso, y no como miembro de éste o aquél grupo. Son satisfacciones sustitutivas y mermadas de un deseo de comunión subjetiva. La comunicación en las redes sociales  tiene mucho de comportamiento compulsivo: se hace de una forma ritual, no porque se tenga nada que decir, sino porque dan sensación de seguridad. Te hacen sentir acompañado. Esquivas la soledad aunque sea sólo a medias. Reduces esa angustia vital…y por eso hablas, no porque tengas algo que decir, sino porque tienes que decir algo.

(Quién esté interesado en este tema en concreto puede consultar la obre de Michael Hardt y Antonio Negri, está bastante bien).

Crítica marxista

En otra línea, Sé que Alberto se considera de izquierdas,  pero me llama la atención que tenga una visión tan sumamente ingenua –o negacionista–de la conexión existente entre fuerza de trabajo, relaciones de trabajo y tecnología. En su artículo, Garzón llega a afirmar: En efecto, los trabajos estables dan paso a los trabajados flexibles, temporales y precarios. El trabajador moderno era un aburrido con un trabajo para toda la vida, con una actividad rutinaria (normalmente asociada a las cadenas de montaje de algún tipo). El trabajador posmoderno es un sujeto ágil, flexible, adaptativo, capaz de enfrentar cualquier problema y sujeto a los designios del mercado.  Marx, efectivamente pensaba que la evolución de las fuerzas de trabajo determinaba la naturaleza de las relaciones,  pero me parece que no hace falta ser ningún genio para darse cuenta de que es exactamente al revés, y que los trabajadores no eligen ser “guays”: les obligan. O se vuelven “guays” o se vuelven parados de larga duración. Si queréis un ejemplo histórico, podríamos remontarnos a Caracalla para ver cómo la decadencia de la esclavismo a raíz de la Tercera Guerra Servil (aka. Espartaco) y el otorgamiento de la ciudadanía a todos los habitantes del imperio llevo, inexorablemente, al desarrollo del modo de producción feudal.

Crítica comunitarista

Que nadie se engañe, lo que hace Alberto en su artículo no es ninguna crítica a la posmodernidad desde la izquierda: es una crítica desde el pasado, que bien podría haber sido hecha por Rouco Varela en una de sus arengas sobre los valores familiares y la decadencia de occidente.

“Porque ahora ser normal es una estupidez; ahora hay que ser guay. Por eso rechazamos lo normal, lo moderno. No podemos consentir la estandarización”. Lo que Garzón llama alegremente “lo normal” no es otra cosa que la “alienación” de la persona: desproveer al sujeto de su propia subjetividad al someterlo a los patrones dados por una metanarración, por un plan de vida dado. ¿Por quién? Esa es la pregunta que Garzón evita, y que traté al hablar en el primer apartado sobre como esas narrativas monistas del mundo se fueron a freír espárragos hace muchos años, por suerte.

Se queja de que el amor ya no es igual que antes, que el compromiso no es lo que era y qué sé yo que otras cosas más… ¡Pues claro que no lo son! ¿Es que no está lo suficientemente claro que todo eso no son más que constructos sociales y que como tal pueden –y deben– evolucionar a la par que la sociedad? Que nadie se engañe, aquí Garzón lo que está haciendo no es más que una crítica comunitarista, en la que añora “the good old times”. La singularidad que tiene es que la arcadia que echa de menos es la vieja socialdemocracia y el estado mastodóntico de los años 70 y principios de los 80.

También habla de las redes virtuales como una forma de evasión…pero yo preferiría hablar de la evasión de Alberto Garzón, de cómo trata de huir hacia el pasado. Toda su línea de razonamiento en este artículo responde a lo que en psicoanálisis se llama “regresión” –intento de volver en busca de seguridad y sosiego a un estadio previo en el desarrollo cuando se enfrenta una situación de inestabilidad e incertidumbre– y que no es muy diferente de la predisposición de los alemanes hacia el autoritarismo durante todo el periodo de la República de Weimar.

Conclusión

Garzón acaba su artículo diciendo que lo que critica es la sociedad posmoderna, donde los analfabetos tradicionales se han sustituido por analfabetos funcionales y donde el ser humano está reprogramado como mero apéndice, desechable y de corta vida útil, del sistema económico capitalista”. Obviamente, a este señor lo que le importa es que los “alfabetos” sean funcionales ahora, no que hayan sido analfabetos y lo sigan siendo.

Como respuesta, añadiré que el proyecto moderno que defiende y echa de menos ha tratado a los sujetos igualmente como apéndices desechables, con la única diferencia de que además, los apéndices eran tan idiotas como para sentirse orgullosos de pertenecer a ese cuerpo que les desechaba en una guerra, en una mina o en un trabajo monótono sin ningún tipo de incentivo. Es cierto que el desarrollo de la individualidad en el proyecto posmoderno ha tenido lugar fundamentalmente en un plano económico, y que muchos se han aprovechado de ello, pero no por eso hay que despreciar todo el potencial político, filosófico y humano que tiene.

La historia no es una sucesión de ciclos y dialécticas hegelianas: la historia es devenir.  Y nos encontramos en un momento en el que se puede y se debe reclamar la superioridad del “hombre de carne y hueso” sobre EL hombre y sobre EL ciudadano. Nos encontramos en el momento en el que podemos ser “la nada creadora” y superar el nihilismo a través del nihilismo.


            Me despido de vosotros con una frase de Max Stirner: “Tienes el derecho de ser lo que tú tienes poder de ser. Sólo de mí deriva todo derecho y toda justicia: tengo el derecho de hacerlo todo, en tanto que tengo el poder para ello.

Que la fuerza os acompañe.

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